La intensificación de la producción agraria, ha puesto en jaque la salud de nuestros ríos, acuíferos y paisajes más emblemáticos y ha llevado al colapso a la agricultura de secano. Junto con el malgasto de agua de nuestros cambios en la dieta, requiere acciones urgentes para evitar un "suicidio hídrico".
Autoría: Nylva Hiruelas, Rafael Seiz, Felipe Fuentelsaz y Celsa Peiteado (WWF España)
Revista Ae 41, otoño 2020
España es la despensa de Europa, pero a veces se nos olvida el peaje que estamos pagando por ello. La intensificación de nuestra agricultura y ganadería, a base de agua, agroquímicos y piensos para animales estabulados, está dejando fuera de juego a nuestros ríos, suelos y biodiversidad, cambiando incluso los paisajes tradicionales del mundo rural. Pero, lo que es igual de importante, también lo está haciendo con las pequeñas fincas familiares, de secano y las personas que viven de la producción respetuosa de alimentos. Sin olvidar el impacto del malgasto de alimentos o que el modelo de dieta predominante – basado en el consumo de alimentos de origen animal y/o con alto contenido en calorías y bajo valor nutricional – y tiene sobre nuestra salud.
De la crisis sanitaria que desgraciadamente estamos viviendo, podemos aprender varias lecciones, vinculadas con nuestra alimentación. La primera, que es importante cuidar a las personas que nos alimentan cada día: deben obtener un precio justo por sus producciones y un modo de vida digno. Sólo así podrán seguir produciendo alimentos y permitirnos ser soberanos en nuestros campos, a pesar del cierre de mercados y fronteras.
La segunda, es que el vínculo entre las pandemias y sistema alimentario predominante es inequívoco. Destruimos los ecosistemas para producir alimentos y, con ello, su capacidad para amortiguar la aparición y trasmisión de enfermedades de los animales a las personas. Acabamos con la naturaleza, que es nuestra mejor vacuna.
La tercera, es que necesitamos una transición agroecológica hacia sistemas alimentarios territorializados, sostenibles y resilientes de manera urgente. En los mismos, la producción ecológica aparece como garante de la recuperación del buen estado de los ecosistemas; la dieta vuelve a patrones de sostenibilidad recomendados por expertos en nutrición y se frena el despilfarro alimentario. El Informe Planeta Vivo 2020, publicado por WWF a principios de septiembre, muestra cómo solo si combinamos estos tres elementos: protección de la naturaleza, producción sostenible y consumo responsable de alimentos revertiremos la pérdida de la biodiversidad, y con ello aseguraremos nuestro futuro y el del planeta.
La revolución de los secanos
Centrándonos en la producción agrícola, no se producirá la buscada transición agroecológica sin otorgar el lugar que se merecen los cultivos de secano. Cereales, olivares y viñedos, regados con el agua de lluvia, conformaban hace siglos la llamada triada mediterránea. Alimentaban a la población con tres productos básicos, el pan, el vino y el aceite, con prácticas adaptadas a nuestro clima y suelos. Sin embargo, la intensificación agraria vivida a mediados del siglo XX, impulsada por la mal llamada “revolución verde”, además del aumento en las cosechas por la transformación de secano a regadío, trajo consecuencias indeseables. La inadecuada planificación de la superficie de regadío, buque insignia de esta “revolución”, creciendo por encima de la capacidad de los ecosistemas, se ha convertido en un serio problema para el buen estado de nuestros ríos, acuíferos y humedales.
En nuestro país, el regadío ocupa algo más del 20% de las tierras de cultivo y consume el 70% del agua dulce. Su incremento – en muchos casos de manera ilegal – ha puesto en jaque a los productores de secano y a espacios únicos, como Doñana o Las Tablas de Daimiel. Esta sobrexplotación, unido a la contaminación por fertilizantes y plaguicidas – que dependen de la intensidad del cultivo – ha afectado también a las fuentes de abastecimiento de agua a los hogares.
Frente al avance de los regadíos, en gran parte incentivados por fondos públicos como los de la Política Agraria Común (PAC), los cultivos de secano se muestran como una opción sostenible para producir alimentos respetando la naturaleza. Con las prácticas adecuadas, no sólo son aliados clave en la lucha contra el cambio climático, también lo son contra el despoblamiento rural. Sin embargo, seguimos asistiendo atónitos a la transformación de viñedos, olivares, almendros… y otros cultivos tradicionales de secano, a regadíos superintensivos, con un elevado consumo de agua en zonas en las que ya es escasa, pérdida de hábitats valiosos y sobreproducción de cosechas que hunden los precios y arruinan a los agricultores de secano.
Además de reorientar la PAC, aparecen oportunidades, como las que ofrece la producción ecológica, o marcas de calidad para los alimentos de secano, que pueden ofrecer un valor añadido a estas producciones, que recompense su buen hacer. Apostar por los productos locales y de temporada, es otra de las claves para seguir apoyando a estas fincas de secano en su lucha contra los avatares climáticos y por el desarrollo rural.
Un menú también para los ríos
Para producir un kilo de tomates necesitamos 214 litros de agua, un litro de leche requerirá 1.000 litros y un kilo de ternera elevará la cuenta hasta 15.000 litros. Estos datos, de la Water Footprint Network, dan una idea del agua que necesitamos para la producción de alimentos, también de la que contaminamos en su obtención y permiten visualizar el impacto que nuestra dieta tiene sobre ríos y acuíferos. Cuanto mayor es nuestro consumo de alimentos de origen animal, procesados o de cultivos intensivos, mayor es el agua que se requiere para nuestra alimentación.
Cambiar de la dieta actual (alta en alimentos de origen animal, azúcares y productos procesados) hacia otra más sostenible, que siga incluyendo carne pero de ganadería extensiva, disminuiría la huella hídrica hasta un 35%. Se observan reducciones más importantes, hasta el 55%, si el cambio se hace a dietas pescetarianas y vegetarianas saludables. O, lo que es lo mismo, una dieta sana no solo es buena para la salud humana, sino que también reduce sustancialmente nuestra huella hídrica.
Si miramos al agua que malgastamos cuando tiramos alimentos a la basura, el dato tampoco es despreciable. El desperdicio alimentario en los hogares españoles supone un gasto de más de 130 litros por persona y día , casi 2.100 hectómetros cúbicos para toda España, a vaciar una ballena de agua, cada día, en el cubo de basura.
En conclusión, una dieta sostenible, con más fruta y verdura, menos alimentos procesados o de origen animal, apostando por productos ecológicos, locales, de temporada (…), junto con el freno al malgasto de alimentos, cuidará de nuestra salud, y también de la de ríos, acuíferos y los animales que en ellos habitan. ■
REFERENCIAS
Ecovalia, Fundación Global Nature, Fundación Nueva Cultura del Agua, SEO-BirdLife, Sociedad Española de Agricultura Ecológica. 2019. WWF. Agricultura mediterránea y agua: algunas claves.
Vanham D, Comero S, Gawlik BM et al. 2018. The water footprint of different diets within European sub-national geographical entities. Nat Sustain 1, 518–525.
Estudio de la Universidad Politécnica de Madrid para Asociación de Empresas del Gran Consumo.
Consultar “Ideas para una nueva agricultura de secano y contra el suicidio hídrico”, de C Peiteado, R Seiz, F Fuentelsaz y N Hiruelas / WWF-España Publicado en www.elasombrario.com