Huerta Molinillo es un proyecto colectivo, basado en la solidaridad más comprometida, que parte de los principios de la soberanía alimentaria y agroecología como forma de acabar con el hambre en el mundo y escapar del control del agronegocio. Puede sonar algo utópico pero no lo es, son “pequeños agricultores, cultivando pequeñas huertas” que en este caso, llegan a alimentar a unas 215 familias con cestas de verdura de temporada de 5 a 6 kg, en una tierra que precisamente no presume de ser hortícola: Burgos.
Para conocer más sobre esta iniciativa, hablamos con Rafael Martínez Amor, uno de sus impulsores junto a Isabel Díez, compañera de “militancias”, con quien compartió la motivación de llevar a cabo este proyecto que como él define, “nace de la Ecología Integral, es decir, la que engloba todos los aspectos de la vida como el cuidado ambiental y de las personas, el trabajo digno, la recuperación de tierras” y el vínculo personal de confianza y apoyo mutuo que les une con cada uno de los socios.
“Hemos podido construir el proyecto gracias a la solidaridad de mucha gente, tanto por el aspecto económico como por el práctico”, afirma refiriéndose a la financiación colectiva y la transmisión de conocimientos para la puesta en marcha de las huertas.
Todo empezó “en la crisis del 2008 cuando nos quedamos en paro”. Rafael, Ingeniero Agrícola, era profesor de FP Agraria; Isabel, Ingeniera Industrial especialista en Energía Solar. Ambos pertenecen a la asociación cristiana Promoción Solidaria, “de la que surge Fundación Alter (promotora de la huerta en sus inicios), para plantear de forma práctica experiencias de economía solidaria”. Sin duda, una red de apoyo que facilitaría comenzar el proyecto con cierta seguridad.
“Aunque empezamos en 2013, desde el 2011 ya íbamos planificando y aprendiendo. Visitamos varias iniciativas, como la de Amayuelas, y de ahí nos derivaron a Íñigo Hernani, del Valle de Tobalina y de los pioneros en hacer cestas, con quien estuve trabajando de voluntario y a quien siempre agradeceremos su asesoramiento. Nos dio todo lo que sabía con la única contraprestación de hacer lo mismo con quien viniera a la huerta: en la cultura campesina, el conocimiento no es algo privativo”.
En cuanto a la parte económica, “partir de cero es muy complicado, no teníamos tierras, ni maquinaria, ni lugar para distribuir. Se tuvo que hacer una inversión muy grande, de unos 200 mil euros. Hemos podido construir el proyecto gracias al apoyo de mucha gente: socios, pequeños préstamos, donaciones… Y no solo con dinero sino también con su tiempo”. Y así empezaron a cultivar dos huertas: una en el centro de la ciudad de Burgos, en el Monasterio de la Orden de las Trinitarias; y otra en Rabé de las Calzadas, “que finalmente hemos adquirido con una campaña de crowdfunding”.
Ahora mismo están trabajando en un invernadero en el centro de la ciudad, en otra Orden, la de las Doroteas. “Hay que destacar la generosidad de estas dos Comunidades, ha sido enorme, más teniendo en cuenta que son de clausura y nos abren su espacio”. Y además, Rafael habla en femenino: “no es casualidad que sean mujeres. Su generosidad ve lo que es tener una tierra que no se cultive. Están más abiertas a la vida y no al negocio”. Y bien lo saben, porque unos terrenos tan céntricos son muy golosos para el negocio inmobiliario.
La pieza fundamental de este proyecto ha sido Dominique, llegado desde Burkina Fasso: “estos años hemos pasado por muchas dificultades y una de ellas era nuestro propio cuidado, compaginarlo con la huerta a veces no es fácil. Gracias a que en ese momento entró en nuestras vidas Dominique”. Cuenta que el proceso de regularización “ha sido duro y complicado”, y a pesar de muchas dificultades, lo consiguieron.
Ahora, para traer a la familia “debe tener un salario al que no llegábamos, vivienda y otra serie de consideraciones. El sueldo es un tema importante, pero también lo es cuidarnos así que hemos adaptado nuestras jornadas, y conseguido una casa en Rabé, de nuevo gracias a que vivimos pendientes unos de otros. Esto es una parte fundamental del proyecto”. Y así, con Belén y Fiorina, “que adoran este trabajo”, completan el equipo de este proyecto hecho cooperativa en 2020.
“No lo hemos hecho para que nuestros hijos hereden, sino para que tenga continuidad con este carácter comunitario”. Por eso tampoco han querido depender de subvenciones: “creemos en la autogestión e intentar hacer las cosas sin que el día de mañana nos quiten la libertad”.
Y aunque a Rafael le gusta hablar de dignidad y otros conceptos, “también hay que hablar de calidad. Hay gente que se ha acercado a la agricultura ecológica por comer bien. Y es que sinceramente, hacemos muy buen producto.” Así, cuidando cada detalle, la conversación sobre el modelo que Huerta Molinillo representa, da para mucho más. También la pasión con la que Rafael lo defiende, aunque eso sí, finaliza: “quizás falte un foro donde este tipo de agricultura minoritaria se pudiera defender”. Y desde aquí añadimos: quizás lo que faltan son muchas “Huerta Molinillo más en este mundo”
REVISTA AE 49. “Incidencia climática en los sistemas agroalimentarios”
Otoño 2022
SUSCRIPCIÓN ANUAL
ISSN: 2172-3117 DL: V-2052-2010